martes, 8 de octubre de 2013

La moda como expresión cultural: de la pasarela al museo





De Bogani al diseño de autor se llama la muestra que condensa en un solo concepto un recorrido desde la tradición de la alta escuela europea que ejecuta Bogani, emblema del paradigma en que el star system definía el universo de la fantasía a imitar –y vestía efectivamente a las artistas del cine y la televisión–; al paradigma contemporáneo en el que se impone el estilo, la tendencia y la imagen como imperativo de la comunicación. Más allá de las lecturas, de lo más o menos calibrada que esté la selección de las nuevas generaciones de creadores locales de la moda, de la relación que se puede entablar con los precursores, ésta es la primera exhibición que en Buenos Aires muestra a la moda a la manera que lo hacen los grandes museos del mundo: fuera de las reglas académicas y los códigos del museo para el traje como cargado de sentido histórico y comunicacional, más bien a la manera del arte contemporáneo, que tiene mucho de espectacular y atrae multitudes.    
Ahora mismo, dos museos británicos exhiben muestras de moda y estilo: From Club to Catwalk, en el Victoria & Albert, y Glam! The Performance of Style, en la Tate Liverpool, mientras que en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York la muestra sobre el Punk es una salida obligada para los que están o pasan por la ciudad. Pero también museos de Moscú, Italia y diversas capitales del mundo programaron, curaron e invirtieron mucho dinero –porque los montages son siempre ambiciosos– para exhibiciones de Armani, de Balenciaga, de Dior. El salto lo dio una editora de Vogue que en los 70 pasó a dirigir el Costume Institute del Met: a grandes rasgos, significó el pasaje de los tradicionales museos del traje, con su maniquíes envejecidos, las vitrinas señoriales y esa iluminación característica a propuestas más arriesgadas, de retrospectivas a homenajes e incluso puestas conceptuales, sin perder el glamour.
¿Cómo se mete la moda en el museo? “A través de la alta costura, porque son elementos únicos”, explica Jorge Moragues, licenciado en Diseño, titular de una cátedra en la carrera de Indumentaria en FADU-UBA y curador de la muestra. “Tiene que ver con esta cosa única, del artista que no puede negar la copia de las obras de arte –como sucede en el prêt-à-porter–, porque pierde valor”. La globalización operó en esta transición a un abordaje diferente, que permite no solamente la exhibición de trajes con más de 50 años de antigüedad sino colecciones enteras, de nuevos creadores, que tienen que ver con un concepto.



El valor de lo exclusivo
Antes de continuar, algunas pistas que el experto sabrá saltearse. La alta costura o haute couture es algo específico, con varios requisitos excluyentes, que comprenden que la marca o casa (maison) debe presentar por temporada una colección de prendas hechas a mano, que deben estar listas dos meses antes del desfile que dos veces al año está pautado durante la Semana de Moda de París. Al menos 35 veces deben salir las modelos, con trajes de día y noche, confeccionados en los talleres propios del diseñador, con un mínimo de 15 operarios que trabajan entre 100 y 1000 en las prendas, sobre todo en los bordados. Además, de los prototipos, los géneros exclusivos, la cantidad de pruebas que se le asegura a la compradora –la alta costura es sólo para mujeres– y el valor: las etiquetas que asoman entre tanta delicadeza van de 20 mil a los 80 mil dólares por vestido de los que como máximo habrá tres: uno para la pasarela, otro para la colección interna de la marca y el de ella, la dueña.

Un documental de la BBC explica bien quiénes son las clientas de alta costura, un grupo de entre 200 y nunca más de 400 personas que son las invitadas a ocupar la primera fila de los desfiles de París, que oscilan entre la elegancia y la frivolidad, la filantropía y el regodeo de sentirse parte en un grupo selecto. Entre ellas, una de las más famosas es Daphne Guinness, multimillonaria heredera de la cerveza irlandesa, divorciada de un magnate griego, amiga íntima y mecenas de John Galliano y Alexander Mc Queen, brillantes desclasados del universo fashion londinense que llegaron a lo más alto… y cayeron: McQueen tuvo su retrospectiva Savage Beauty, un éxito de público en el Met poco antes de suicidarse a los 40 años; Galliano, en la cima como director creativo de Christian Dior, borracho en un bar agredió con insultos antisemitas y fue separado del cargo. Aunque las estrellas del cine usen alta costura en la entrega del Oscar, no pertenecen al ámbito, poblado de las esposas de los petroleros y los reyes del juego de azar, las segundas líneas de la realeza y casi ningún advenedizo.

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