De Bogani al
diseño de autor se llama la
muestra que condensa en un solo concepto un recorrido desde la tradición de la
alta escuela europea que ejecuta Bogani, emblema del paradigma en que el star
system definía el universo de la fantasía a imitar –y vestía efectivamente
a las artistas del cine y la televisión–; al paradigma contemporáneo en el que
se impone el estilo, la tendencia y la imagen como imperativo de la
comunicación. Más allá de las lecturas, de lo más o menos calibrada que esté la
selección de las nuevas generaciones de creadores locales de la moda, de la
relación que se puede entablar con los precursores, ésta es la primera
exhibición que en Buenos Aires muestra a la moda a la manera que lo hacen los
grandes museos del mundo: fuera de las reglas académicas y los códigos del
museo para el traje como cargado de sentido histórico y comunicacional, más
bien a la manera del arte contemporáneo, que tiene mucho de espectacular y
atrae multitudes.
Ahora mismo,
dos museos británicos exhiben muestras de moda y estilo: From Club to
Catwalk, en el Victoria & Albert, y Glam! The Performance of Style,
en la Tate Liverpool, mientras que en el Metropolitan Museum of Art de Nueva
York la muestra sobre el Punk es una salida obligada para los que están o pasan
por la ciudad. Pero también museos de Moscú, Italia y diversas capitales del
mundo programaron, curaron e invirtieron mucho dinero –porque los montages son
siempre ambiciosos– para exhibiciones de Armani, de Balenciaga, de Dior. El
salto lo dio una editora de Vogue que en los 70 pasó a dirigir el Costume
Institute del Met: a grandes rasgos, significó el pasaje de los tradicionales
museos del traje, con su maniquíes envejecidos, las vitrinas señoriales y esa
iluminación característica a propuestas más arriesgadas, de retrospectivas a
homenajes e incluso puestas conceptuales, sin perder el glamour.
¿Cómo se
mete la moda en el museo? “A través de la alta costura, porque son elementos
únicos”, explica Jorge Moragues, licenciado en Diseño, titular de una cátedra
en la carrera de Indumentaria en FADU-UBA y curador de la muestra. “Tiene que
ver con esta cosa única, del artista que no puede negar la copia de las obras
de arte –como sucede en el prêt-à-porter–, porque pierde valor”. La
globalización operó en esta transición a un abordaje diferente, que permite no
solamente la exhibición de trajes con más de 50 años de antigüedad sino
colecciones enteras, de nuevos creadores, que tienen que ver con un concepto.
El valor de
lo exclusivo
Antes de
continuar, algunas pistas que el experto sabrá saltearse. La alta costura o haute
couture es algo específico, con varios requisitos excluyentes, que
comprenden que la marca o casa (maison) debe presentar por temporada una
colección de prendas hechas a mano, que deben estar listas dos meses antes del
desfile que dos veces al año está pautado durante la Semana de Moda de París.
Al menos 35 veces deben salir las modelos, con trajes de día y noche,
confeccionados en los talleres propios del diseñador, con un mínimo de 15
operarios que trabajan entre 100 y 1000 en las prendas, sobre todo en los
bordados. Además, de los prototipos, los géneros exclusivos, la cantidad de
pruebas que se le asegura a la compradora –la alta costura es sólo para
mujeres– y el valor: las etiquetas que asoman entre tanta delicadeza van de 20
mil a los 80 mil dólares por vestido de los que como máximo habrá tres: uno
para la pasarela, otro para la colección interna de la marca y el de ella, la
dueña.
Un
documental de la BBC explica bien quiénes son las clientas de alta costura, un
grupo de entre 200 y nunca más de 400 personas que son las invitadas a ocupar
la primera fila de los desfiles de París, que oscilan entre la elegancia y la
frivolidad, la filantropía y el regodeo de sentirse parte en un grupo selecto.
Entre ellas, una de las más famosas es Daphne Guinness, multimillonaria
heredera de la cerveza irlandesa, divorciada de un magnate griego, amiga íntima
y mecenas de John Galliano y Alexander Mc Queen, brillantes desclasados del
universo fashion londinense que llegaron a lo más alto… y cayeron: McQueen tuvo
su retrospectiva Savage Beauty, un éxito de público en el Met poco antes
de suicidarse a los 40 años; Galliano, en la cima como director creativo de
Christian Dior, borracho en un bar agredió con insultos antisemitas y fue
separado del cargo. Aunque las estrellas del cine usen alta costura en la
entrega del Oscar, no pertenecen al ámbito, poblado de las esposas de los
petroleros y los reyes del juego de azar, las segundas líneas de la realeza y
casi ningún advenedizo.
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